Antes
por lo menos podía contar contigo, ósea conmigo mismo; más bien con el que
creía que estaba dentro de mí. Pero ahora sé que ya nunca estás y me encuentro
vacío. Vacío no es sentirme solo, porque para sentirme solo tendría que sentir
que me falta el otro. Y ese tiempo de sentir la ausencia del otro ha terminado. Al fin y al cabo el anhelo era
una solución. Confundí amor con anhelo. ¿Cómo se puede vivir sin nadie dentro? ¿Puedo
amar si no temo? ¿Cómo amar si no soy nadie? Antes creía amar todo lo que temía
perder. Ahora sé que nunca perderé lo que amo. Amar y perder; amar y anhelar, amar
y olvidar, amar y temer, amar y luchar, amar y mentir; son pares de verbos que
se han separado. El verbo amar perdió el anhelo. Y ahora estoy aquí sin ti. Amo a nadie sin nadie dentro. Estoy
vacío y ya no cabe mi idea de ti. Te amo sin el te. Ya nunca podré perder-te.
Ya nunca podré olvidar-te. Ya nunca más podré amar-te. Amor y vacío se han unido
en este cuento en blanco sin final.
Antes
todo tenía un porqué. Las cosas estaban bien o mal, y ahí estabas tú para hacer
un juicio sobre todo. Ahora las cosas simplemente suceden. Y ahí me paro. No
saco conclusiones de nada y confío en que todo es por algo pero sin entrar en
ese algo.
Ahora
por las noches me duermo solo. A veces salgo en tu busca y solo encuentro
cenizas de ti. Pero aún sé recordar lo que opinarías de cualquier cosa y sonrío
ante la arbitrariedad de tus opiniones. Y la opinión más opinada era la opinión
que tenías sobre mí. Que si yo era de tal forma o de tal otra. Siempre debía
haber hecho las cosas de otra forma. ¿Y cuál era esa forma? Siempre la otra.
Miro fotografías y te veo. En cierto modo escucho el
grito de tu desaparición mientras te agarras al cristal del marco. Intentas convencerme
de tu existencia, pero yo ya sé que no existes. En realidad no exististe nunca.
Fuiste una bola de nieve bajando la pendiente; cada vez más grande;
incorporando otras bolas de nieve; espejismos como tú. Y ahora no queda nada de
lo que parecía todo y siempre fue nada (Gracias,
José Hierro). Algo en ti lo sabía. Sabías que no eras nada; de ahí el
empeño del suicidio continuado y disfrazado.
La mañana de abril que quisiste ser
río, fue la primera vez que tuve consciencia de tu no existencia. Querías
desaparecer corriente abajo desde Triana, y entonces supe que no existías. La
idea de la cercanía de la muerte desintegró tu personaje. Y crucé el puente de
Triana hacia la nada. Y aquí me encuentro en la nada, sirviéndote todavía de
caja. Supongo que en realidad nunca te irás del todo. Quizá necesite tu
anécdota para mi argumento. Pero no hay obra, ni argumento, ni personajes; no
hay nada tras el telón.
No apareces con la misma intensidad
en todos los momentos. Huyes de los que no te gustan y persigues los que te
agradan; como si pudieras elegir la idoneidad de los acontecimientos; opinas
sobre lo que te sucede, y esa opinión te hace desaparecer. Es allí donde te
cazo. Cuando opinas, apareces nítido y ridículo. Cuando te veo y ves que te
veo, desapareces, y queda el vértigo de saberse nadie.
Comprenderás que no tengo nada
contra ti y que incluso te echo de menos en este desierto de toboganes y
contraofertas, pero lo cierto es que ya no existes y que nunca exististe, y que
debo seguir vacío.
Vacío como vine, vacío me iré. Y nadie habita ya esta caja…vacía.
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