Abro la nevera: Un sobre de miso, un paquete de bacón,
un litro de leche; lo cojo y compruebo que solo queda un culo, un actimel
solitario; aunque tengo dos niños y solo queda uno; pero pienso que aún tengo
un par de días para comprar otro y evitar una guerra, un cogollo de lechuga;
que rápidamente se presenta como voluntario para la cena, un litro de cocacola
y varias verduras sin pareja. Es todo lo que hay. Sonrío. Aún queda la
despensa. Una lata de atún se apunta al banquete. Pongo una peli y a
comer.
He dormido de puta madre. Últimamente duermo muy bien
al mismo tiempo que no abandono del todo la consciencia. Duermo profundo y ligero
al mismo tiempo. Me levanto fresco y despierto. Voy a la cocina y compruebo que
todavía queda algo de café. Lo junto con el culo de leche y me hago un cigarro.
Abro una carta de Endesa y leo: Aviso de corte. Me dan de plazo para que abone
la deuda hasta el nueve de mayo. Sonrío porque sé que no es cierto. Hoy es
nueve de mayo. Aún queda otra carta más antes del corte. Tengo realmente casi
dos semanas antes de la interrupción educada
del suministro. No me preocupo y confió que antes del corte lo pagaré.
Le escribo un wasap a la propietaria de la casa diciéndole que por ahora solo
puedo pagarle trescientos euros de los quinientos del alquiler, pero que más
adelante se lo pagaré entero. También confío en que lo haré porque llevo casi
dos años de alquiler y no le debo nada. Al final siempre llega lo que tiene que
llegar. Y si no llega pues ya cuando no llegue observaré que ocurre.
Tengo que
pasar a mi ex la pensión de los niños, pagar la letra del coche, la academia
del niño, la letra del préstamo bancario, que se lo comió mi antigua empresa
sin pestañear, tengo que comer y me tiene que sobrar algo para ir a visitar a
la chati.
No
hago números porque sobre el papel no salen, pero lo que sí es cierto es que
sobre la vida sí que salen los números; ni sobra ni falta; tengo lo que tengo y
lo que tengo siempre es suficiente. No tengo miedo así que voy al súper y
lleno la despensa. Compro lo que me apetece sin hacer cuentas y cuando llego a
la caja resulta que tengo exactamente lo justo: setenta euros con sesenta y
seis; me sobran cincuenta céntimos.
Recuerdo
que cuando solo tenía cincuenta euros y muchas cosas por pagar, los invertía en
algo que me sentara bien, a saber: Irme a Málaga a ver a la niña o irme al
cine; pagar un mes de yoga o pegarme una comilona; comprarme algo de ropa o
algún libro. Lo cierto es que no eran gastos de los que se entienden de primera
necesidad, pero sí que eran cosas que me sentaban bien. Y funcionaba. Después
siempre llegaba más dinero para pagar lo demás. Y es que amigos, la escasez
nada tiene que ver con lo que uno tiene o deja de tener. Más bien la escasez es
un miedo. Y no hay dinero en el mundo que consiga tapar ese miedo. Hay muchos ricos pobres y muchos pobres que
no sienten escasez. Y no es un tópico. Preguntárselo algún banquero que
conozcáis.
La escasez no es
un hecho.
La escasez es una
emoción.
Y la riqueza es la
observación de eso.
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