Aplazando la vida,
anduvimos años por las tascas,
revolcados en serrín, risas y llanto.
Parroquianos desesperados,
bebíamos trozos de nubes
para no sentir el momento.
Ahora escucho los gritos
de esos parroquianos muertos,
varados bajo la tierra,
por los bares cementerios.
Y yo les entiendo.
Pero sé que no pararan,
hasta que el gusano
para ser mariposa,
se haya tomado
la última copa.