Para qué las preguntas. Las
respuestas para qué.
Olvidé lo que no quería
saber.
Sembré de dudas cada
paso,
y mis pies pesados de niebla,
resbalaron deseos inventados.
Imaginé un mundo mejor
que éste,
y respiré un aire que no
existía,
pero el mundo que se
piensa no existe.
En los vómitos de la
dispersión,
comí sin saber que
comía,
follé cerrado con almas cerradas.
Habitaba un espacio
oblicuo,
con un reloj que contaba
otra hora.
Para qué los relojes. Las horas
para qué.
Sin perder un segundo,
agotado el instante en el instante,
viví una vida sin tiempo.
Desperté un día que no
tenía mañana,
con el cerebro bombeando
palabras,
y con el corazón pensando
sangre.
Me quedé inmóvil en el
segundo efímero,
dormido en infinitos de
un reloj sin hora.
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