lunes, 23 de febrero de 2015

CAMBIO, LUEGO EXISTO




Hoy es el día trescientos. Trescientos días sin beber. Hace ya trescientos días que me vine a Bolonia. Es jueves, quince de diciembre del año dos mil quince. La casa está sobre la arena de la playa. A través de la ventana veo vacas pastando, entre barrones y tártagos marinos, y el océano atlántico. Hoy no hay viento de levante y el mar está en calma. No me estoy tomando una taza de café. Hace ya tiempo que el té sustituyó al café; la playa al asfalto,  las vacas a las personas y las dunas a los bloques de pisos. Llevo una hora escribiendo sentado frente a la mesa de madera clara que tengo puesta bajo la ventana. No tengo música y solo se escucha el mar. Ya casi  nunca pongo música. Aquí estoy solo, bueno solo no, estoy con mi gato negro Morfeo. Estoy escribiendo sobre el mes diciembre del año dos mil catorce. Justo un año atrás.


En aquel otoño, yo impartía un taller de escritura en el barrio de Triana. Entonces ya llevaba más de dos años separado de Diana. Estaba intentando dejar de beber y escribía mi último libro de poemas. Los jueves por la tarde, asistía a una terapia para adicciones de todo tipo. Éramos un grupo de diez a quince personas, dependiendo de bajas y altas. En el grupo de terapia, estaban representadas casi todo tipo de adicciones; adicción a la bebida, al juego, a la cocaína, al sexo, al cánnabis, al menos estaban todas las adicciones oficiales, porque las otras; a la televisión, al azúcar, a la comida, a la compañía, a las redes sociales y otras muchas, no existían para la sociedad ni para los propios adictos que la sufrían. Esa tarde éramos pocos en el grupo.

–Juan, adicto, treinta días sin consumir.

–Ricardo, adicto, alta.

–Carlos, adicto, Luis, ¿Ochenta días?

–Vamos a ver –dijo el terapeuta, que era otro adicto–, ochenta y tres días, Carlos.

–Dos días –dijo Esteban.

–Félix, adicto, alta.

–Cincuenta días –dije yo.

–Esteban empieza tú –dijo Luis, el terapeuta–. ¿Qué es lo que ha pasado, Esteban?

–Nada. Vamos que he consumido. Entre semana muy bien, pero llegó el fin de semana y me harté. He consumido. –Esteban tenía veinte y pocos años. Era mensajero y hacía poco que le habían echado del trabajo y le había dejado la novia. Tenía las manos entre los muslos y no paraba de mover los pies de arriba abajo–. ­Alcohol y cocaína. No he parado en todo el fin de semana.

– ¿Y el dinero? –Preguntó el terapeuta–. Vamos, que a mí me ha dicho un pajarito que hay más de lo que estás contando.

–Le quité la tarjeta a mi padre –dijo Esteban.

–Ahhh. ¿Y? ¿Qué piensas hacer, Esteban? –Dijo el terapeuta–. ¿Tú para qué vienes aquí, Esteban?

–Yo lo intento. No quiero consumir, pero llega el fin de semana y no sé lo que me pasa, pero no puedo evitarlo. Me entra el mono y tengo que salir por ahí.

– ¿El mono? ¡Y una mierda! –dijo Carlos. Carlos llevaba sin beber más de cinco años. Estaba de alta pero seguía yendo todos los lunes sin falta–. Tú no tienes ni puta idea de lo que es pasar el mono. Mono el que tuvo que pasar el menda encerrado entre cuatro paredes –Carlos se golpeaba el pecho y hablaba en voz alta–. No tienes ni puta idea. ¿Sabes lo que creo? Tú te crees que aquí somos todos tontos. Tú no quieres dejar de consumir. Te voy a decir una cosa. Tú has consumido porque te ha dado la gana. Piensas que eres el más listo y aquí todos estamos equivocados. ¿Pero, a quién vas a engañar? Te engañarás a ti mismo porque, te digo una cosa, no vas a engañar a nadie de los que estamos aquí. En esto no, desde luego. A mí me puede coger el toro, y a cualquiera de aquí, pero el toro tiene que tener once cuernos para cogerme. ¡Venga ya! ¡El mono! Tú no has tenido mono en tu vida, lo que te pasa a ti, es que vienes aquí para tapar bocas. Solo para eso. Pero yo te voy a decir dónde vas terminar tú. Puedo equivocarme en matices. Pero tú terminas con el pijama de pino. No hay otra. Ya has perdido el trabajo y la novia. Después vendrán los amigos. Al final ni tu familia querrá saber nada de ti. Eso si no te pegan un navajazo antes o terminas en la cárcel. Esto solo tiene un final. Pero tú te crees más listo que los demás. “Los adictos son los otros, yo no”. Te voy a decir otra cosa. Por lo menos sé sincero y no te engañes y no engañes a nadie más. Toma una decisión. Si quieres seguir consumiendo, consume. Pero sé honrado contigo mismo y con los demás.

–Yo te voy a contar una historia –le dijo Félix a Esteban. Yo conocí a alguien como tú que creía que tenía todo controlado. Tenía un buen trabajo, una esposa guapa que le quería, familia y muchos amigos, y como todo le iba bien, seguía consumiendo. Con el tiempo fue perdiendo algunos amigos, pero como todavía seguía teniendo algunos amigos y seguía con el trabajo, su familia y su esposa, seguía consumiendo. Pasó el tiempo, y en el trabajo cada vez perdía más clientes, pero como todavía le quedaban algunos, siguió consumiendo. Su esposa ya no podía más, pero como todavía le quería y le perdonaba y aún le apoyaba, seguía consumiendo. A medida que seguía consumiendo perdía amigos y clientes, pero como todavía le quedaban algunos amigos, varios clientes, y la familia lo aguantaba en algunas ocasiones y su mujer no le abandonaba, seguía consumiendo. Un día, su hijo se puso muy enfermo. Se llevó malito mucho tiempo, pero como no empeoraba, se organizaba para poder estar con él en el hospital y consumir después. Una noche, después de estar con su hijo en el hospital, se fue a casa solo, porque su mujer se quedó a dormir con el niño. Llegó a casa,  bebió y se metió cocaína. Al cabo de un rato de estar consumiendo, sonó el teléfono y su mujer le dijo que se fuera al hospital porque el niño había empeorado. Cuando llego al hospital, su hijo se estaba muriendo. Esa noche, su hijo murió entre sus brazos, mientras él todavía estaba bajo los efectos de la cocaína y el alcohol. Ese día, ese hombre perdió su dignidad para siempre. Todavía regresa todas las noches a ese hospital donde murió su hijo, para intentar recuperar la dignidad que perdió ese día. Ese hombre soy yo, Esteban.

El grupo se quedó en silencio durante algún tiempo. Félix tenía la mirada perdida. Todos permanecimos en silencio hasta que el terapeuta le dio las gracias a Félix y me dio la palabra.

–Antes de nada me gustaría agradecer a Félix su historia. Agradecérselo de corazón, porque me ha permitido conectar con todas las veces que yo he perdido mi dignidad. Todas las veces que no quería recordar, pero que están muy presentes en cada paso que doy. Mira Esteban, yo también me creía que tenía todo controlado, como Félix y como todos. Yo me caído borracho encima de mis hijos por la noche cuando iba a darles un beso y se han puesto a llorar. Yo me los he llevado a un bar y me he emborrachado y me han llamado la atención por estar con mis hijos en esa situación. Me han pegado muchas veces en los bares por molestar y ponerme chulo. Me ha dejado mi mujer y como Félix, he perdido amigos y trabajo, pero paré antes de perderlo todo. Yo también he creído que los adictos eran los otros y me he creído más listo que los demás. Yo solo bebía los fines de semana. No te creas que para ser adicto hay que consumir todos los días o estar aparcando coches. Eres adicto si tu consumo te provoca problemas y aun así sigues consumiendo. Cada uno después tendrá la frecuencia y el patrón de consumo que tenga, pero a todos nos une esa característica que te he dicho antes. Mira, yo conocí a una adicta que solo consumía alcohol unas pocas veces al año, pero cuando consumía podía destrozar su vida. Ella lo sabía y aun así seguía consumiendo ese par de veces al año. Eso es la adicción y todo lo demás son inventos y excusas que nos queremos creer para poder seguir consumiendo. Tú haz lo que quieras, pero aquí ya te estamos diciendo todos  donde vas acabar si sigues así.

Salí de la terapia a las siete de la tarde y comencé a caminar. Estuve caminando hasta que me encontré en la puerta de un bar con Javier. Javier era uno de los amigos con los que yo solía beber antes.

– ¡Estás perdido! –Me dijo Javier –. ¿Una caña?

– No Javi. Tengo prisa.

– Joder para una caña siempre hay tiempo. –Se dio media vuelta y se metió para dentro del bar para pedir una cerveza. Yo le agarré del brazo y le dije: “Te he dicho que no quiero una cerveza. Me tengo que ir”. Me di media vuelta y me fui de allí sin decirle adiós. Seguí caminando y escuché como decía en voz alta: “Será imbécil el mierda ese”. Me paré en un quiosco y me compré un paquete de tabaco. La quiosquera era una joven con un piercing en la nariz y estaba escuchando a todo volumen regatón. Tenía unos enormes pechos y no llevaba sujetador. No era guapa pero tenía cara de puta y se le trasparentaban a través de la camiseta blanca unos pezones como galletas. Se estaba tomando una lata de cerveza cruzcampo al mismo tiempo que mascaba chicle con la boca abierta y hacía globitos con la boca. Un globo estalló y se le quedó el chicle pegado a unos labios grandes y carnosos. Sacó la lengua pero no pudo quitarse todo el chicle de los labios y se ayudó con la mano. Entonces pude ver las uñas postizas de porcelana de color negro decoradas con lunares. Me quedé varios segundos mirándola con el tabaco entre las manos sin reaccionar hasta que ella me dijo: “¿Te gusto o qué?”. Se rió y mirándome le pegó otro trago a la cerveza y rebañó la espuma de los labios con la lengua y añadió: “Pringao”. Me fui y me senté en un banco que había en la acera. Permanecí allí sentado una media hora hasta que me levanté y reanudé mi marcha. Entré en una peluquería. El establecimiento estaba vacío de clientes y  había tres peluqueras. Las tres peluqueras también tenían piercings y uñas de porcelana, pero no tenían las tetas de la quiosquera ni mascaban chicle. Me quedé en la puerta de la peluquería mirándolas hasta que una de ellas se me acercó y me dijo:

– Buenas noches. ¿Desea algo?–Llevaba una bata blanca y tenía el pelo muy corto. Como era navidad tenían una botella de anís para los clientes. – ¿Una copita de anís?– Ante la pregunta me quedé callado, esperé unos segundos y añadí: “! Manda huevos la cosa!”. Ella abrió la boca y me dijo: “¿Perdón?”. Y dije: “Nada, perdona, cosa mías”.

– Quiero que me pasen la máquina. ¿Cuánto cuesta?

– Doce euros.

– Bueno, yo tengo muy poco pelo –le dije, mientras me pasaba la mano por la cabeza. – Yo no quiero que me laven la cabeza ni nada, solo raparme.

– Bueno es que el corte de pelo masculino son quince euros con el lavado de pelo incluido. Si no quiere no le lavo el pelo, pero el servicio son quince euros. – Dijo la peluquera mientras se tocaba las uñas de porcelana.

– Bueno, mejor sí quiero que me lave el pelo. – ¿Me siento allí?

Me senté en uno de los sillones y me recliné. Cuando terminó de raparme, se puso a lavarme el pelo con sus uñas de porcelana y se me puso dura. Entonces entró un hombre en la peluquería. El hombre estaba borracho y se echó una copita de la botella de anís. Se me acercó tambaleándose con un vaso en la mano y me echó una copita de anís. “Toma compadre” –me dijo. Le miré y dije: “Manda huevos”.

– No gracias. Yo no bebo. –El hombre me miró, me señaló y dijo partiéndose de risa:

– ¡Qué no bebe, dice! ¡Qué bueno! ¡Eso no te lo crees ni tú! –una de las peluqueras salió de la peluquería y llamo al vigilante. La vigilante entró. Era una rubia muy fea. Cuando el borracho vio a la vigilante rubia se puso a señalarla también y dijo:

– Cuidado, cuidado que viene la autoridad. Todo el mundo a callarse. –La vigilante se le acercó y le dijo que tenía que marcharse de la peluquería o llamaba a la policía. El borracho se fue y yo también. Cogí la única línea de metro que hay en Sevilla y me monté sin saber muy bien a donde iba. Había carteles de cruzcampo por todas partes. “Todos necesitamos el Sur para no perder el Norte”. Y fotos de cervezas frías y doradas. El metro me llevó hasta Montequinto. Me bajé y lo cogí otra vez de vuelta. Fui al Prado de San Sebastián y cogí el metrocentro. Me metí en La Catedral de Sevilla. Daban misa y me quedé. Comulgué. Después caminé hasta la Plaza del Salvador y me pedí una cerveza. Me quedé mirándola un rato pero no me la tomé y me largué de allí. Bajando por la calle Alfonso XII me paré en la plaza del museo y me senté a charlar con unos vagabundos que estaban allí. Uno de ellos decía que la plaza era el Jardín de la alegría y que a mí me había mandado al jardín su hermano mayor. Estaba todo el tiempo hablando de Cristo, decía que era su hermano. Había tenido un accidente de moto y no podía casi andar pero decía que un día Cristo se le apareció una noche cuando estaba sentado en su silla de ruedas y le dijo que anduviera y él se levantó. Les pregunté por sus vidas y casi todos tenían una vida anterior normal y corriente. Alguno fue médico y todos habían estado casados y tenían hijos. Estaban contentos, por lo menos aquella noche. Me pasaron vino peleón pero lo rechacé. Seguí caminando y llegué hasta el Avenida Cinco Multicines y me metí a ver una película: “Días de pesca en El Yemen”. Me compré una coca cola grande y palomitas grandes. Antes me fumé un porro. Estuve a punto de quedarme dormido pero no lo hice. Viendo la película decidí irme a la Playa de Bolonia a vivir una temporada.

 

Salí de la casa para dar un paseo por la playa con Morfeo. Morfeo se había acostumbrado a salir de paseo conmigo por la playa como si fuera un perro pero comportándose como un gato. Morfeo se paró y empezó a oler y darle mordisquitos a un pescado que había muerto en la orilla. Le esperé a que se cansara y seguimos caminando por la arena. Me paré y escribí con un palo en la arena la frase: “Cambio, luego existo”. Vino una ola y borró la frase. Sonreí y volví a caminar. A lo lejos venía caminando hacia mí una mujer con un perro. A medida que se iba acercando la mujer y el perro me recordaban a Estibaliz con su galgo. Había conocido a Estibaliz hacía un año en una página de contactos por internet. En su perfil decía que si estabas buscando una madre para tus hijos que no te molestaras en contactar con ella. También ponía, dirigiéndose a los posibles candidatos, que cuando maduráramos nos esperaría en los columpios. Estibaliz era de Granada. El primer día que nos conocimos quedamos en Sevilla y yo me presenté borracho. Nos fuimos a pasear al Parque de María Luisa y me tomé una coca cola. Ya paseábamos de la mano ese primer día. Cuando anocheció, cenamos algo por el centro y seguí bebiendo. Yo estaba borracho pero también estaba agradable. Nos tomamos unas tapas en la barra de una cervecería y la besaba continuamente a la vista de un grupo de pijos sevillanos que estaban con sus mujeres y los niños. Los padres estaban más atentos a nuestros morreos que a sus hijos. –No eran Estibaliz y su galgo. Me dijo que vendría otra vez a Bolonia a verme, pero yo no sabía nunca cuando iba a aparecer. Ella tenía unas llaves de la casa y aparecía por allí y se quedaba unos días conmigo–. Esa noche la terminé en la habitación de su hotel mordiéndole el cuello mientras le sujetaba firmemente por el pelo de detrás de la nuca.

 

Cuando terminó la película regresé a casa. Abrí la puerta y me recibió Morfeo mordisqueándome los tobillos. Abrí la nevera y lo primero que vi fue una lata de cerveza que le había sobrado a Estibaliz la última vez que estuvo en casa. Permanecí varios segundos con la nevera abierta mirando la lata de cerveza hasta que sonó el pitido avisándome de que la puerta estaba abierta. Empujé la lata hasta el fondo y la puse detrás de un litro de leche. Puse agua a hervir para tomarme un té y encendí velas por toda la casa. Me preparé un baño con la luz apagada y las velas encendidas y comencé a tocarme. Me acaricié todo el cuerpo y me di un masaje en el glande acariciándome con la yema del dedo gordo con movimientos suaves y circulares. Me masturbé a base de caricias y movimientos lentos y siempre paraba antes de eyacular. Cuando me venía el calambre del orgasmo, paraba y respiraba, cortando la eyaculación y moviendo la energía que provocaba el orgasmo por todo el cuerpo. Me subía desde el pene hasta la espalda y sentía como me recorría todo el cuerpo. Morfeo me miraba muy atento con las patitas subidas en el borde de la bañera. Después él se recostaba sobre la alfombra del baño y ronroneaba mientras se succionaba la cola. Salí de la bañera, fui al salón y me senté en el zafú veinte minutos a meditar. Cuando terminé la meditación me senté en el ordenador y puse en google: “Casas de alquiler playa de Bolonia”. Encontré una casita que estaba situada sobre la arena de la playa. Tenía un pequeño jardín delantero con un banco, una hamaca y una mesita. Llamé al teléfono que ponía el anuncio, hablé con el dueño y se la alquilé por un año. Me iría al día siguiente. Cuando avisé a Estibaliz y a mi familia ya estaba establecido en la casita de Bolonia.

 

Morfeo y el galgo de la mujer se pusieron a jugar. La chica tendría unos treinta años. Parecía extranjera. En la playa no había nadie excepto nosotros dos, el gato, el perro y las vacas. Nos quedamos mirándonos, me acerqué y la besé. Ella no me dijo nada,  me cogió de la mano y continuamos paseando. Cuando llevábamos un rato caminando me preguntó:

– ¿Cómo te llamas?

– Miguel –respondí– ¿Y tú?

– Annika –dijo ella– ¿Vives aquí?

– Ahora sí. ¿Y tú de dónde eres?

– Soy de Bremen, pero no pienso volver allí. Éste es mi sitio. 

– Bolonia también es mi sitio. Pero yo si vuelvo a Sevilla de vez en cuando.

– ¿Eres de Sevilla? –Preguntó Annika con una sonrisa en los labios. –Yo a Sevilla también voy mucho. Me encanta Triana. Cada vez que puedo me escapo unos días y me voy a casa de una amiga que tiene una casa en la calle Betis. Nos lo pasamos muy bien allí. Cuando me canso de estar con gente y he conseguido vender algunos cuadros, vuelvo aquí y ya está.

– ¿Eres pintora?

– Sí. Imparto un taller de pintura en Tarifa. Con el taller y algunos cuadros que vendo me voy manteniendo.

– Yo soy escritor. También daba un taller de escritura en Triana, pero lo dejé para venirme aquí.

– ¿Eres escritor? ¿Qué escribes?

– Poesía y relatos. Vendo poco, pero me dedico también a restaurar casas aquí en Bolonia y en Tarifa y de eso voy tirando bien. Aquí no hace falta mucho para vivir. Paciencia para el silencio y no tener miedo a uno mismo. – ¿Te vienes a cenar a mi casa?

– Sí, hoy vamos a pasar la noche juntos. Me gustas Miguel.

– Y tú a mí, Annika.

Paseamos en dirección a mi casa en silencio y despacio. Solo nos parábamos para besarnos y mirarnos. Su galgo y mi gato corrían y jugaban por la playa. Se llevaban bien. Cuando entramos en la casa encendí la chimenea y nos desnudamos. Estuvimos acariciándonos y respirando boca con boca sincronizados durante mucho tiempo. De repente la puerta de la casa se abrió. Era Estibaliz. Se quedó en silencio mirándonos. Se quitó los zapatos y dejó su bolsa sobre una silla. Nadie decía nada. Llevaba un chaleco grande de lana rojo que le caía dejando el hombro al descubierto. Se acercó a nosotros y se desnudó. Primero le besó a ella. Después me miró y me dijo: “No pasa nada. Está todo bien. Me parece buena idea. Una fiesta sorpresa. Y se rió”. Se sirvió champán del que estaba bebiendo Annika y me besó. Estuvimos toda la noche los tres juntos. Yo siempre paraba un poco antes de eyacular y repartía el gusto del orgasmo por todo el cuerpo. Esa energía pasaba también a ellas y circulaba entre los tres. Annika y Estibaliz se quedaron dormidas un poco antes del amanecer. Yo me levanté con una manta enrollada al cuerpo y salí de la casa para ver la salida del sol. Miré a través de la ventana y las vi desnudas en la cama abrazadas la una a la otra. Cuando volví a mirar al horizonte ya estaba asomando el sol por encima del mar. Saltó el levante y me cayeron unas gotitas de agua del cielo. “ Cambio, luego existo”, dije.

viernes, 13 de febrero de 2015

TIEMPO

 



Para qué las preguntas. Las respuestas para qué.

Olvidé lo que no quería saber.

Sembré de dudas cada paso,

y mis pies pesados de niebla,

resbalaron  deseos inventados.

Imaginé un mundo mejor que éste,

y respiré un aire que no existía,

pero el mundo que se piensa no existe.

En los vómitos de la dispersión,

comí sin saber que comía,

follé cerrado con almas cerradas.

Habitaba un espacio oblicuo,

con un reloj que contaba otra hora.

Para qué los relojes. Las horas para qué.

Sin perder un segundo,

agotado el instante en el instante,

viví una vida sin tiempo.

Desperté un día que no tenía mañana,

con el cerebro bombeando palabras,

y con el corazón pensando sangre.

Me quedé inmóvil en el segundo efímero,

dormido en infinitos de un reloj sin hora.

 
 

 

jueves, 12 de febrero de 2015

MADRE






Llegaré cuando llegue la tarde. Cuando en tus ojos cansados brille el recuerdo. Sé lo que recuerdas por las tardes, madre. Llegaré justo a tiempo para asir tus sueños. Volveremos a pasear por Bolonia, jóvenes, claros y rubios; bajo el cielo azul y el levante. Allí donde nos creció el corazón, madre, y supimos para siempre, me enseñaste para siempre, como se quiere a un hijo. Ahora lo sé madre, ahora yo también soy padre, y sé como se respira una piel, y como se te mete su vida por dentro, invadiéndolo todo, cambiándolo todo, para siempre. Llegaré cuando llegue la tarde, madre, a la orilla donde rompen los años inmortales. Me sonreirás al saber que todo va bien, y verás en los ojos de mis hijos a tus hijos, y volverán aquellos paseos que dabas con papá, al caer la tarde. Llegaré cuando llegue la tarde, y volveremos al jardín, donde tus niños ya jugamos para siempre. Volverán las meriendas y los deberes, la lluvia y el cole, el judo, los  cumpleaños, la costura y el café. Llegaré cuando llegue la tarde, madre. A la hora que siempre volvemos los hijos del cole.
  

martes, 27 de enero de 2015

¿CONOCES A TU MUJER?


Carlos y Juan eran amigos desde siempre.  Carlos trabajaba diez horas al día como arquitecto, contratado por un estudio de arquitectura y cobraba mil doscientos euros al mes. Juan era abogado y se pasaba todo el día echando horas en un bufete para lograr llegar a los mil quinientos euros mensuales. Los dos estaban casados. La mujer de Juan era ama de casa y la de Carlos era arquitecto como él. Todos rondaban la cuarentena y ambos matrimonios tenían hijos.  Todos los viernes quedaban al mediodía para tomar unas cañas en “la cervecería más fría del mundo”.

Las dos primeras cervezas eran de protocolo, a partir de la tercera entraban en materia.

        Quillo, Juanillo. Te juro que estoy hasta los huevos –dijo Carlos.

        Yo sí que estoy hasta los huevos. El mierda de mi jefe está todo el día dándome por el culo. Últimamente tengo que hacer todas las gestiones que su mujer le manda. ¿Tú crees que yo estoy para hacer los papeleos de su mujer? Ese tío, como no le echa huevos a la parienta, se pasa todo el día con un humor de perros, pagándolo con todo el mundo.

 

Carlos se atragantó con la cerveza al reírse. Levantó la mano para pedir otra y se sacó tabaco de liar de su bolso de cuero.

 

        Juanillo, si no mandas en tu casa quieres mandar mucho fuera.

        Desde luego yo a mi mujer no le paso ni una. Si hay que hacer algún papeleo en casa, lo hace ella, que para eso estoy todo el día currando y ella tocándose el coño.  Como a una mujer no la pares te come el terreno. Empiezas por claudicar en cosas pequeñas todos los días y terminan tirándose a cualquiera. Yo lo tengo claro, en casa se hace lo que yo diga y punto. Vaya par de lobas que hay allí. – Enfrente de ellos, había un par de morenas más jóvenes que ellos charlando. Se estaban tomando un par de cervezas y una tapa de puntillitas.

        Sí, no están mal –dijo Carlos.

        ¡Que no están mal! La de la derecha te arruina la vida en un rato. ¡Vaya bicho! – dijo Juan –Juan llevaba el pelo engominado y patillas. Un reloj caro y un polo de Ralph Lauren. Unos pantalones chinos y unos zapatos náuticos. Se rascaba los huevos continuamente por dentro de los bolsillos del pantalón.

        Te la arruinará a ti porque desde luego a mí no. – Carlos llevaba pantalones vaqueros y camiseta. Tenía pulseras de cuero en la muñeca y unas botas de piel de media altura.

        ¡Tú eres maricón! No hay más que verte con Sandra. Todo el día detrás de ella haciendo su santa voluntad. Tú sigue así, que veras que rápido te deja por otro. Ya te he dicho mil veces, que a las tías lo que les gusta de verdad es que la tengan a raya.

        Ya, y tú tienes a raya a Lucía. Eres todo un machote –dijo Carlos, mientras se terminaba de hacer el cigarro de liar. 

        Tú ríete. Pero tengo razón. Por ejemplo, en el sexo lo que les gusta es que seamos unos salvajes y unos guarros. Y conste, que no estoy diciendo que a mi Lucía le gusté así. Lucía es una santa. No es ninguna puta. Pero casi todas son así. Si no nos las follamos como es debido, al final se buscan a otro para que se las follen de verdad – dijo Juan, mientras se reía y se tocaba los huevos. Esta vez por fuera de los pantalones.

        Sí y no –dijo Carlos.

        ¿Cómo que sí y no? ¿Qué coño significa eso?

        Lo que digo es que follárselas en plan salvaje está bien, pero que eso no eso no es todo. El sexo es mucho más. Lo hagas como lo hagas, hay que estar presente.

        ¿Estar qué? ¿Presente? ¡Vete a tomar por culo! Presente mi polla. Esa sí que está presente. – dijo Juan. Cogió un marlboro y lo encendió con su mechero zippo. Carlos lo miró y no le contestó. Se fue hacia dentro de la cervecería para ir al baño y Juan se quedó solo. Miró a las dos morenas y se acercó a ellas.

        ¡Qué tal guapas! – le dijo Juan a las chicas.

        ¡Piérdete capullo! –le dijeron las dos morenas a Juan. Juan volvió al sitio donde estaba con Carlos que todavía no había regresado del baño. Carlos llegó con dos cervezas más.

        ¿Por dónde íbamos, Juanillo? Mientras estaba en el baño seguro que no has parado de mirar a las dos morenas.

        ¿Qué dices? Paso de esas dos golfas.

        ¿Pero no estaban tan buenas?

        ¡Qué va! Me he fijado mejor y son dos canis. Pasa de ellas. Lo que te estaba diciendo es que a las tías hay que follárselas de verdad. Sin miramientos. Y eso de estar presentes son una más de tus chorradas. No sé lo que quiere decir eso de estar presente. Estoy follando y punto –dijo Juan.

        Me parece que el que no se entera de nada eres tú. Estar presente es estar en lo que se está y no en otra cosa. No dejar que la polla y la excitación te controlen. No usar a la otra persona solo para correrte. Respirar y estar presente con todo tu ser.

        ¡Tú eres gilipollas! – dijo Juan, mientras se reía señalando a Carlos con el dedo y daba golpes en el banco alto donde tomaban las cervezas. –  De verdad que no eres más tonto porque no te entrenas. Tú sigue follándote a Sandra respirando, verás que rápido te pone los cuernos. No tienes ni puta idea de mujeres Carlos. De arquitectura sabrás mucho pero de tías estás frito.

        Lo que tú digas juan. Tú eres el machote.

 

Juan vivía en un adosado a las afueras de Sevilla. Tenía dos hijos, de seis y ocho años. El colegio de los niños era privado y caro. Aquel día llegó a su casa a las diez de la noche. La familia de su mujer, Lucía, era rica. Los Artachi tenían hoteles, y entre sus miembros, habían numerosos personajes de mucha relevancia entre la sociedad sevillana. La familia de Juan era una más de las miles de familias de clase media que había en Sevilla.

Juan aparcó el coche en el garaje y se quedó dentro escuchando en la radio del coche el partido de fútbol que jugaba el Betis contra el Levante. Lucía entro en el garaje y golpeo con los nudillos el cristal lateral del coche donde estaba Juan dormido.

 

        ¡Juan!, ¡Juan! Abre, Juan. – Juan levantó la cabeza asustado y abrió la ventanilla del cristal con el elevalunas eléctrico.

        Hola, amor. Me he quedado dormido.

        ¿De dónde vienes, Juan?

        De ver a un cliente, Lucía. Ya conoces algunos clientes. Son muy pesados. No me dejaban irme.

        Hueles a alcohol. ¿Has venido conduciendo desde Sevilla así? Eres un irresponsable – dijo Lucía, mientras movía la cabeza de un lado a otro.

        Nada, nada. Un par de cervezas y una copa. Tenía que acompañar al cliente.

        ¡Tonterías! Mi padre hizo muchos más negocios que tú y jamás lo vi volver a casa bebido. Eres un pringado. Y además, hablas como si el bufete fuera tuyo y no eres ni socio. Entra en casa inmediatamente y haz la cena a los niños que te están esperando para cenar desde las nueve. Te parecerá bonito la clase de padre que tienen. – dijo Lucía, y le dio la espalda entrando en casa. Se paró y se volvió hacia Juan. – ¡Te he dicho que entres en casa!

 

Carlos vivía con Sandra en el centro en un ático de alquiler. Tenían una niña de tres años. Sandra era profesora asociada en la facultad de arquitectura. Cuando Carlos llegó a casa, Sandra no estaba. La llamó por teléfono.

 

        Hola, Sandra. ¿Dónde andas?

        Estoy en la Alameda con Rober. – Rober fue novio de Sandra. Era pintor y escultor.

        ¿Con Rober? ¿Y eso? ¿Y la niña dónde está?

        La niña está con mi madre.

        ¿Cómo que estás con Rober?

        Me llamó. Hacía tiempo que no nos veíamos. Se me apetecía.

        ¿Dónde estáis? Dime, y voy para allí.

        No, no. Déjalo chico. Me llamó para contarme una cosa que le preocupa. No pega que te vengas. ¿Vale? No te preocupes. Después iré por casa. Un beso.

        Bueno, como quieras. Un beso, niña. Muá.

 

Carlos colgó el teléfono y fue a pegarse una ducha. Cuando salió no encontraba ningún calzoncillo. Después de buscar sin éxito por toda la casa, abrió el cajón donde estaba la ropa interior de Sandra. Al fondo del cajón, debajo de un camisón, encontró un sobre blanco. Abrió el sobre y vio una tarjeta plastificada. Ponía: “Club Espejo”. En la tarjeta había una foto de una sala con una cama negra con cadenas. Se le calló la tarjeta al suelo, la recogió, se sentó en la cama y se puso a llorar.

 

Cuando Juan entró en casa, hizo la cena a los niños, recogió la mesa y los llevó a su cuarto a dormir. Al terminar, se duchó y fue a la cocina donde estaba Lucía sentada en la mesa pelando unas habas y escuchando la radio. Se puso una copa de vino y se sentó delante de ella. Lucía estaba triste.

 

        Juan, escúchame con atención lo que voy a decirte porque es lo más importante y sincero que te he dicho jamás. Yo te quiero, Juan. Y quiero a los niños. Me gusta mi familia. Pero hay algunas cosas que tienes que saber. Tenemos que cambiar nuestra relación o yo me iré. Se supone que tengo todo lo que una mujer necesita; una familia que me gusta, un hombre guapo al que quiero y una bonita casa. Pero nada de esto es suficiente sino soy capaz de verme en ti. Si no te tengo a ti. No veo en tus ojos cuando me miras a la mujer que hay dentro de mí. En tus ojos veo alguien que no conozco. Cuando me besas tus besos están vacíos.  Cuando me comes el coño lo haces por mí y no por ti, y tu lengua está muerta. No soy capaz de amarte como realmente quiero amarte. Tengo miedo. Miedo al rechazo y a la incomprensión. Miedo a que pienses que soy una guarra. ¡Pues si! ¡También soy una guarra! Sé que tú tienes dentro al hombre que yo quiero. Sé que dentro de ti está ese hombre que ama a venus. Libérate. Liberémonos o este muro nos separará para siempre. Déjame que me abra para ti, descubrirte al hombre poderoso que tienes dentro. Permíteme sacar a la mujer salvaje que me desgarra por dentro y que se ahoga. Busquemos los dos nuestras almas. Sin límites, sin vergüenza, sin barreras. Te amo, Juan, pero hasta aquí hemos llegado sin nosotros y a partir de ahora seguiremos con nosotros. Eres más poderoso de lo que te puedes imaginar. Tienes toda la fuerza del universo en tu interior. Déjame descubrirla y mostrártela. Mirémonos y follemos de verdad. Volvámonos locos con nuestro cuerpo. Entrégate a mí por completo. Te echo mucho de menos. Sé que una parte de ti ahora mismo me está comprendiendo y se muere de ganas de mostrarse. Amor mío, te quiero. Di algo, Juan.

 

Juan no paraba de mirar a Lucía. Estuvo callado, mirándola, varios minutos. Lucía se acercó a Juan sin decir nada y se sentó sobre él posando su boca abierta sobre sus labios. Se quedó así respirando y sollozando varios minutos. Después sacó su lengua, primero lenta y suave, después de una manera salvaje, la pasó una y otra vez sobre sus labios. Le escupió. Él le cogió de la cara firmemente y la apretó hasta que ella sacó la lengua y entonces él la succionó con su boca. Le sacó un pecho por encima del blusón y lo dejó caer. Lo miró sujetándolo con una mano y chupó el pezón hasta que le salió leche. La tumbó en el suelo de la cocina y le llevó las manos hacia atrás, juntas, mientras él se las sujetaba con una mano. Se quedaron mirando unos segundos y ella dijo: “Métemela cabrón”, “Métemela hasta el fondo de mi ser”. Él se sujetó la polla y le introdujo el glande. Se quedó ahí parado y comenzó a respirar. Ella volvió a decir: “Métemela”. Juan la volvió a sacar, la miró, y se la metió con fuerza. Se quedó parado con la polla metida hasta los límites.

 

Carlos paró el coche junto al club “Espejo”. Cogió la botella de White Label y le dio un trago. Se quedó mirando la puerta durante un buen rato. Entraron dos mujeres orientales. En la puerta había un portero de raza negra enorme. “No me dejará entrar”. Salió del coche y se dirigió a la calle de atrás donde él sabía que había putas de la calle. Eligió a la que tenía mejor pinta y le ofreció doscientos euros para que le acompañara al club. Cuando llegaron a la puerta el negro les paró y le dijo que la entrada para hombres era de sesenta euros. Le pagó y entraron. Era una sala de pequeño tamaño con una barra, varios sofás, poca luz y una cama negra con cadenas. Sobre la cama y en las paredes había enormes espejos. En las paredes había colgadas caretas, fustas, látigos, pinzas, bolas chinas; objetos e instrumentos sadomasoquistas de varias clases. Carlos se puso una careta. Mientras se bebía la consumición de whisky que daban con la entrada, la puta que le acompañaba le tocaba el paquete, bebía y le besaba por todas partes. En el local, había siete mujeres y solo tres hombres. Encima de la barra cogió una tarjeta que ponía: “Día de participación libre”. Le preguntó al camarero que significaba “día de participación libre” y le dijo que cualquier cliente se podía tumbar en la cama para que quien quisiera pudiera acercarse a jugar. Al rato, una de las mujeres con careta que estaba sentada sola en uno de los sofás, se acercó a la cama y se tumbó. Otra mujer se acercó y la desnudó. Le encadenó los brazos y las piernas y comenzó a besarla mientras le tiraba de los pelos. El espectáculo duró cerca de dos horas. Cuando terminó, la mujer de la cama se acercó a la barra y se quitó la careta. A Carlos se le cayó la copa al suelo.

miércoles, 14 de enero de 2015

EL SUEÑO





-          ¡Anda hijo! Tú todo el santo día tumbado en el sofá. –Fuera cierto o no, Carmen nunca se cansaba de echarle en cara a Rodrigo lo vago que era.


-          ¿Pero qué coño estás diciendo? Me he pasado toda la noche escribiendo. ¡Estás loca! No, loca no. Simplemente eres insoportable. Eres una mala persona. No soportas verme en paz. Solo vives para odiarme.



Rodrigo ya no la aguantaba. Era superior a sus fuerzas. Desde que Carmen se había quedado sin trabajo tenía todo el día para odiarlo. Tumbado en el sofá, imaginaba y le pedía a Dios, que sucediera algo que pusiera fin a ese calvario. Muchas noches soñaba que vivía solo y que se había separado de Carmen, pero necesitaba ayuda, él era un cobarde y no podía tomar esa decisión así de repente, sin un desencadenante; necesitaba un suceso que provocara la ruptura definitiva. Deseaba por encima de todo que ocurriera algo que provocara un cisma. Algo que lo sacará de la duda. Algo que le hiciera reaccionar y, que le zarandeara de tal manera, que recuperara  al Rodrigo que él sabía que existía dentro de él.



Se quedó dormido en el sofá y soñó. Soñó que Carmen conseguía trabajo y que le cambiaba el carácter. Se volvió mucho más amable con él y ya no estaba todo el día incordiándolo. Incluso le preparaba la cena y le planchaba las camisas. El trabajo se lo dio su amigo Fernando que tenía una fábrica de ropa infantil. Al principio todo mejoró y fue todo como la seda. Pero poco a poco, a medida que el sueño avanzaba, todo cambió a peor.



Rodrigo todavía estaba despierto esperando en el salón a que llegara Carmen. Eran las cinco de la mañana. Nunca salía hasta tan tarde. Había ido a la cena de navidad del trabajo. Últimamente Rodrigo le había cogido un par de mentiras tontas a Carmen, pero resultaba que siempre  estaban relacionadas con su amigo Fernando. Rodrigo empezaba a sospechar algo y, esa noche era peligrosa. Además Fernando era un caliente y no tenía respeto por nada.



-          ¿De dónde vienes a esta hora Carmen? – Rodrigo se había bebido media botella de whisky mientras escribía poemas dolorosos y esperaba comido por los celos a su esposa.


-          Pues de la cena, ¿de dónde sino voy venir?


-          Pues no sé, tú sabrás. Un poco tarde para venir de cenar. ¿Cómo has venido?


-          En coche. - Carmen no estaba bebida, lo que a Rodrigo se le antojaba preocupante, ya que pensaba él, que si hubiera estado en un bar hasta esa hora,  habría estado bebiendo y se le notaría, pero no, estaba fresca como una rosa. Sospechó que no venía de ningún bar.


-          ¿De un bar? ¿Con quién?


-          Pues con todos. - Carmen estaba fresca pero nerviosa. No se paraba para hablar con Rodrigo para evitar mirarle a los ojos. Se movía de un lado a otro sin sentido y sin ir a ningún sitio en concreto.


-          Con todos, no creo. ¿Quién te ha traído en coche?


-          Fernando, ¿algún problema con eso?


-          ¿Cómo? – Rodrigo se acercó violentamente a Carmen y le metió la mano por debajo de la falda para intentar tocarle el coño. Pensaba que si la tocaba sabría si había tenido sexo.


-          ¿Qué haces? ¿Estás loco? No se te ocurra tocarme.


-          Está bien. Lo siento. Pero esto no puede seguir así. Sé que te has liado con Fernando. Es más. Sé que llevas liado con él desde que entraste a trabajar.


-          ¡Tú estás loco! No sabes lo que dices. Además estás borracho. Como siempre. -  Carmen cada vez que se sentía acorralada con Rodrigo acudía al insulto y al tema de la bebida, así sabía que lo desarmaba. En cierta medida, a ella le venía muy bien que Rodrigo abusara de la bebida, porque eso la ponía siempre en una situación de superioridad moral y, además mantenía a Rodrigo cabizbajo y con remordimientos. La bebida les daba cierto equilibrio. Ella lo maltrataba y él se lo permitía. El matrimonio estuvo a punto de romperse cuando Rodrigo dejó de beber por un tiempo. El recuperó su sitio y entró en conflicto con el sitio que hasta entonces había tenido Carmen, que por otro lado era todo el sitio disponible.


-          No saques lo de la bebida ahora que no viene a cuento. Siempre haces lo mismo. Cuando no te conviene reconocer algo, sacas el tema de la bebida. ¡Vete a la mierda! Eres una zorra. Te has liado con mi mejor amigo. – Rodrigo se abalanzó hasta Carmen y le quitó el móvil. Se encerró en el baño y lo escudriñó. Tenía varios mensajes de Fernando. “Quédate en la fábrica después de trabajar que yo iré en un rato”, “Hace mucho tiempo que no disfruto tanto guapa”, “Tenemos que tener cuidado Carmen”- Salió del baño descompuesto. Carmen ya sabía que Rodrigo lo sabía. Se sentó en el sofá patéticamente como si no pasará nada.


-          ¡Qué fuerte Carmen! – Le tiró el móvil al sofá.- Eres una zorra de mucho cuidado.- Rodrigo la miró a la cara y le escupió.



Esa noche Rodrigo durmió en el sofá. Cuando estaba tumbado pensó que mandaba huevos que él fuera el que tuviera que dormir en el sofá. Era la costumbre y el peso de la bebida. Aunque ella tuviera la culpa, toda la culpa del mundo la sentía siempre él. Al día siguiente cuando se despertó con resaca, ella ya no estaba. Había una notita en la cocina. “Lleva a los niños a la guardería”. ¡Y una polla! - Pensó Rodrigo. Hoy haré lo que me dé la gana.


Rodrigo despertó y vistió a los niños. Siempre se había ocupado de ellos. Más que su madre. El los bañaba y les daba de cenar. Les leía un cuento y los acostaba. Carmen no tenía energía ni tiempo para ellos. Toda la energía de Carmen estaba enfocada en hacerle la vida imposible a  Rodrigo y  así escaparse de ella misma. Rodrigo sabía que Carmen no se soportaba a ella misma y que lo utilizaba a él como pantalla. El problema de la bebida la había convertido en una auténtica irresponsable, ya que toda la culpa la tenía siempre Rodrigo. Fuera cierto o no.


Salió de casa y se fue a desayunar con los niños. No los llevó a la guardería. Después del café se fue al bar que había en el parque y comenzó a beber cerveza mientras los niños jugaban sueltos por el parque. Sonó el teléfono. Era Carmen.



-          ¿Has dejado a los niños en la guardería?- La voz de Carmen era de preocupación y de pena.


-          No.- La voz de Rodrigo era seca y contundente. Todavía no tenía la lengua gorda, o eso creía él.


-          ¿Cómo? ¿Y dónde coño están los niños?


-          Aquí conmigo. En el parque.


-          ¿Pero tú eres idiota? – De cada tres palabras que dirigía Carmen a Rodrigo dos eran para insultarle. Rodrigo ya había alcanzado el tope de insultos que una persona podía soportar.- No se te ocurra beber con los niños o de ésta te enteras.


-          ¡Vete a la mierda golfa!- Rodrigo le colgó el teléfono.



Rodrigo siguió bebiendo en el parque toda la mañana. En varias ocasiones se le acercaron unas madres, mirándolo con mala cara, preguntándole si esos niños eran suyos. Podrían haberlo denunciado. Pero no sucedió así. Por lo menos en el sueño se libró. Sobre las dos de la tarde volvió a casa. A las tres llegó Carmen. Su cara era un poema. Nada más abrir la puerta lo mató con la mirada. Rodrigo pensó en ese momento que la bebida tenía la virtud de hacer invisible todo lo que no fuera ella. Carmen era la adultera y el culpable de todo sin embrago era él. Incluso él también lo creía así. Muchos sueños más tendría que tener en el futuro para que la culpa le desapareciera.



-          Dame a los niños y lárgate de aquí ahora mismo.


-          Pero si yo no he hecho nada. la que se ha liado con mi amigo eres tú. Vete de casa ahora mismo y déjanos en paz.- Rodrigo sabía que esas palabras eran del todo inútiles. Las pronunciaba sin convicción.


-          Te he dicho que te largues o llamo a la policía y se te cae el pelo, cabrón.



Rodrigo hizo una pequeña maleta y se largó para siempre de esa casa.



Le despertó el sonido del teléfono, era su amigo Fernando.



-          Hola Fernando, oye me dijiste el otro día que tu secretaria estaba de baja porque se había quedado embarazada, ¿no?


-          Así es. ¡Vaya putada! Ahora estoy buscando una chica nueva. Además tendré que enseñarle todo desde el principio. Ya me decía mi padre que no contratara a chicas jóvenes porque se podían quedar en estado. O se quedan embarazadas o acaban con tu matrimonio, me decía.


-          Podrías contratar a Carmen.


-          ¿A Carmen?


-          Ya sabes que está en paro y además es secretaría de dirección. Me harías un gran favor. Estamos mal de dinero y además está todo el día en casa y está insoportable.


-          Pero es tu mujer Rodrigo.


-          Solo te estoy pidiendo que la contrates no que te la folles Fernando.


-          Bueno tranqui, está bien, le daré una oportunidad. Pero quiero que sepas que no me gusta contratar a amigos y menos a las mujeres de mis amigos.


-          Gracias Fernando. Te debo una. Esto será bueno para los dos, ya verás.



Rodrigo se volvió otra vez a tumbar en el sofá. Sonrió y pensó en la fuerza de los sueños. Pensó en que todos nosotros creamos nuestra realidad con nuestros deseos y nuestros miedos. Que tanto los deseos como los miedos nos son dados. Unos para disfrutarlos  y otros para superarlos. Que nuestra vida es la que queremos tener. La que necesitamos tener. Se dio cuenta de que todo lo que nos sucede tiene un porqué y, que es posible que sea necesario que en ese momento no sepamos cuál es ese porqué. Volvería a soñar. Soñaría todas las noches. Pero  tendría cuidado. Había que elegir bien los sueños, pues ya sabía que los sueños se hacían realidad. Esta vez soñaría con un nuevo Rodrigo. Soñaría con su profundidad. Escudriñaría en lo más profundo de sí mismo hasta alcanzar su esencia.


Y esa esencia soñada se haría realidad. Ahora Rodrigo sabía que la realidad no era más que un sueño. El sueño de atreverse a ser uno mismo.