Veo a Dios sangrando por los ojos de los niños sin pan.
Veo a Dios llorando en la manos agrietadas de los ancianos abandonados.
Veo a Dios amputado en los bosques talados.
Pero no veo a Dios en el Vaticano.
Veo a Dios en tu vientre fecundado.
Veo a Dios en los comedores sociales.
Veo a Dios en San Juan de la Cruz.
Pero no veo a Dios en el sacerdote pederasta.
Veo a Dios en el padre que busca comida en la basura.
Veo a Dios en los clubs de carretera.
Veo a Dios en las cárceles.
Pero no veo a Dios en el crucifijo inerte de oro.
Veo a Dios en las colas del paro.
Veo a Dios en la nevera vacía.
Veo a Dios en la manta roída del vagabundo.
Pero no veo a Dios en los desahucios de los bancos.
Veo a Dios dentro de mi.
Veo a Dios dentro de ti.
Veo a Dios en los hospitales sin camas.
Pero no veo a Dios en los quirófanos de la muerte.
Veo a Dios en el sexo.
Veo a Dios en el ateo que ama.
Veo a Dios en los suburbios.
Pero no veo a Dios en el rosario manoseado del avaro.
Entre Dios y nosotros mismos no hay intermediario.
Sobran las imágenes;
las catedrales,
la iglesia misma.
Vuestra lente deforma a Dios.
Dios no tiene dueño.
No tiene representación.
No os pertenece.
El no vive en vuestros palacios ni en vuestras cruces.
Cuando lapidáis a los que vosotros llamáis pecadores.
Lo lapidáis a él.
Cuando dais limosna en la misa,
no compráis su perdón.
Cuando rezáis después de odiar,
El no os escucha.
Aún así.
El os perdona.
Yo no.